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Vigésimo domingo «Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado» (Hbr. 12,4). QUINIENTOS GRAMOS DE SANGRE Quinientos gramos de sangre pueden salvar la vida a un hom– bre. Quinientos gramos de sangre suele ser lo que toman a los do– nadores de sangre. Y por quinientos gramos de sangre pasa uno por bienhechor de la humanidad. Y con razón. Pues, a veces, esos quinientos gra– mos de sangre han salvado la vida a un accidentado. Se cuentan muchas anécdotas. Como la de aquel hombre que do– nó su sangre el sábado por la mañana. Y esa misma tarde le lleva– ron accidentado al mismo hospital y le devolvieron su propia sangre. Fue como un seguro de vida. Hay quienes venden su sangre. Y se pagan con esas donaciones sucesivas sus vacaciones, aunque es mejor darla gratuitamente, vale mucho. La humanidad está necesitada de sangre. Y quinientos gra– mos de sangre valen mucho. Ha habido un hombre que ha dado toda su sangre por los hom– bres. No hace falta nombrarlo para saber quién es. El hecho es completamente histórico. Los evangelios lo cuen– tan con un gran lujo de detalles. San Juan nos dice que la lanza del soldado que le llegó al corazón -fuente de la sangre- sólo encontró unas gotas. La había dado toda. Jesús se entregó a la muerte por nosotros. Donó toda su sangre a los hombres. Gracias a esa donación nosotros podemos vivir la vida de la gracia, y ser rescatados de la muerte del pecado. 106
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