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como modelo a todos. Y a aquel hombre bíblico le fueron prometidas muchas cosas. Algo tan íntimo como tener un hijo, que es algo que anhela cualquier hombre desde las raíces de su alma. Tanto, que tuvo un hijo de la esclava, siguiendo las costumbres de los tiempos. Abrahán supo fiarse de Dios. De ese Dios al que no entendía muy bien, porque prometía y prometía y no llegaba a cumplir. Su fe fue la seguridad ahora de lo que vendría después. Pero no podía saber con certeza cómo sería aquello que iba a venir. No lo veía, pero la la fe era como la prueba de que aquello no podía fallar. Una fe puesta a prueba al pedirle la inmolación del hijo logrado con tantos afanes. Sin duda pudo pensar que aquello contradecía la misma promesa de Dios porque iba a segar la esperanza de la familia que había surgido al fin. Pero... En fin que la fe y la esperanza se entreveran. No podemos tener una fe demostrable como una matemática; entonces nuestra religión no pasaría de ser una matemática. No podemos aspirar a tener esa seguridad matemática nunca, si nuestra fe es auténtica. Una fe seme– jante a ésa no pasa de ser una rutina, una costumbre que ha pasado de padres a hijos, y que cuando llega una conmoción social no sirve, se quedan los tales a la intemperie. (La seguridad de la fe es de otra índole.) Pero los cambios sociales nos son impuestos, son una constan– te de la historia. Y los problemas -bien lo vemos hoy- no los in– ventan los teólogos que ahora no se pueden permitir el lujo de «in– ventarse un maniqueo tonto para luego pulverizarlo a fuerza de ar– gumentdS ». Tiene la teología, la religión y la fe actual bastantes pro– blemas como para inventarse ninguno. Y lo peor que se puede hacer -en vez de tratar de solucionarlos- es sentir nostalgias de un pa– sado que ya no volverá. Fe es fiarse, es confiar, es esperar a alguien que ahora se reve– la a través de la historia que nos ha tocado vivir. Por eso hay que abrirse a la realidad actual. Hay que tratar de vivirla aquí y ahora. Ya decía Pascal: «La fe no dice lo que dicen los sentidos, pero tam– poco lo contrario de lo que ven. Está por encima de ellos, pero no contra ellos.» 105
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