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-93- El piso era insuficiente para toda la Comunidad, compuesta de •diodocho monjas, no le tenían amueblado en condiciones, faltaba el número necesario de camas, etc., y además si aquel esta.do de cosas se prolongaba, llegaríán a carecer hasta de lo más imprescindible, por que 1os medios de subsistencia eran escasos. Esto equivale a decir que las monjas vivirían en adelante..mal alimentadas, sometidas a una tensión nerviosa de sustos y temores contínuos y por añadidura cuando llegase la noche y quisieran des-, cansar tendrían que hacerlo muchas en el suelo y casi unas encima de otras, por lo reducido del local. Fuera de estas circunstancias desagradables en que se veían obligadas a vivir, por lo que respecta a su vida de piedad, era casi la misma del convento. Rezaban el Oficio Divino, los quince miste– rios del Santo Rosario, la letanía de los santos, etc. Y el tíempo dedi– •Cado en el convento a trabajar, como allí no podían hacerlo, casi todas lo empleaban en oración. · Sin intentarlo viene a 1a mente la semejanza de estos pisos ma– drileños donde se oculta una comunidad de religiosas por temor a la 'brutalidad de muchedumbres borrachas de odio antirreligioso y aquellas comunidades de los primeros siglos, reunidas en las cata– ,cumbas romanas para huir de la ferocidad sanguinaria de los esbi– rros imperiales. Mientras en el número 19 de Francisco Silvela se reza y se pide a Dios, con los aldabonazos dical\es del sufrimiento, remedie tanta. abominación como circula aquellos días por la..s venas de España, las calles de Madrid hierven de chusma inacabable que recorren la ciudad entera en un espectáculo orgiástico. Ya la horda empieza a empaparse de sangre martír y siente cada vez más el delirio y la sed de esa sangre. Las manifestaciones y desfiles muestran en Madrid por primera vez unos tipos de hombres y de mujeres que nunca se habían visto. Las mujeres no son, como muchas veces se ha dicho, producto ,de burdel,, sino fieras desmelenadas, trágicas, espantosas, macabras. Los hombres tienen un aspecto de siniestra ferocidad. No parecen los de siempre, los que paseaban habitualmente por •calles y plazas¡ estos montones han salido de un submundo, miste– rioso y aterrador. Daba miedo que pasaran a nuestro lado porque olían ya a crimen y rezumaban asesinato.

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