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-85- y este tono feroz es el que domina en la campaña marxista; vostulados de odio, gritos de guerra, consignas de exterminio en •bocas de catedráticos, dirigentes de las milicias y autoridades guber– namenta.les. Con ésta preparación para las elecciones se podía suponer cual– .quier cosa. Acrecentó más el espíritu de alarma cuando se supo en Madrid, ,que los dirigentes de la casa del pueblo habían mandado una nota al Sr. Portela, Director General de Seguridad, para que tuviese acuar– telada la fuerza ese día, porque, según ellos, era innecesaria en los .colegios de votación. «Los mismos sodalistas-decían ellos-somos capacei, de mantener el orden». En las horas que transcurren hasta el amanecer del día 17, el :frente popular, de manera especial los comunistas y socialistas, ,organizan la agitación callejera que ha de llevarles a asaltar el poder. Las milicias, radios y células reciben orden imperiosa de movi– Hzarse para el desorden. Las primeras claridades de la aurora del día 17 sorprenden a la revolución en las calles de Madrid. Los agi– tadores se sitúan a las puertas de los colegios electorales e insultan .a todo el que, por la cara, demuestra ser de «la otra .acera». Las calles desde las primeras horas del 17 se convierten en pa– . lenque de lucha. Por el menor motivo prende la disputa y sobrevie– ne el alboroto con su secuela de estacazos y tiros. Los más leves .gestos se consideran como provocación que degenera en ¡notín. Por la tarde continúa la efervescencia.. Alcanza como siempre su punto álgido en la Puerta del Sol, donde los grupos se muestran ,especialmente irritados ante el monumental cartel de «Acción Popu~ lar» que apedrean, hasta que llega un carro de bomberos y lo des– cuelgan. En los días siguientes Madrid se despierta ex:tremecido por un rumor y se acuesta aterrado por trágicos augurios, para dormir so– ,bresalta do su cotidiana pesadilla. Cruzar la ciudad supone ir en constante riesgo; en cada esquina un pregonero de cara patibularia y voz cavernosa vende periódicos •O litetatura soviética. Los muros aparecen cubiertos de cartelones o pasquines desde

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