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:._70- Cuando estalló la RepúbHca la Superfora de las Concepcionis:-~ tas tuvo una feHz y santa ocurrencia. Hizo una especie de sorteo ~ntre las relígíosas, d1::: todos los que entonces se distinguían por su irreligión y que estaban. al frente de los destinos de España. A cada religiosa le fué asignado uno de aquellps jerifaltes para que rogase por su alma. No sé quien sería el de nmstra hermana, pero yo me la imagino rogando por él... con 1os brazos en cruz en la penumbra del coro cuando ya se han retirado las demás o arrodillada ante la cabecera de su pobre tarima antes de tomarse un merecido descanso, con el amor y fervor de un santo. Y cuántos sa<:rificios y cuántas oraciones durante el día no ele– varía a Dios por la conversión de aquel cabecilla y con qué insis– tencia pediría a Dios que le abriese los ojos a los esplendores de la gracia «antes de que los cerrase para siempre». El día de las cuentas. quedaremos ,atónitos, cuando comprobemos la eficacia que las ora– ciones de las monjitas de clausura tuvieron en la salvación de Es– paña y en esas conversiones de algunos de los dirigentes rojos espa– ñoles que han llamado la atención. Sor Beatriz veía en todos los hombres que constituían la chus– ma revolucionaria de entonces, solo hermanos ~uyos desgraciados, dignos por tanto, de mayor ternura y compasión. Así lo manifiesta a los padres. Les manda que sufran los rigores del calor de Julio «en desagravio de los pecados de tantos infelic€s qm.' por hnir del trabajo llevan una vida colmada cte iniquidades. para terminar en una .muerte eterna. ¡Pobres :hermanos nuestros!» Este mismo amor fraternal y compasivo expresó en una bellísima poesía que recitó con motivo del santo de la Superiora. No 1a con– servamos pero según Sor Maria del Rosario «no respíraba más que amor a los enemigos» que ya entonces trataban de perderlas. En otra ocasión se contaba en recreo el asesinato de varios sacerdotes y llevada de este amor fraternal y fijándose más en la responsabilidad que contraían ante. Dios los milicianos, exclamó es~ pontáneamente «Pobrecitos, sí sabrán lo que hacen». Con este amor entrañable a sus mismos enemigos ponía en práctica por lo que a ella se refería el programa de rehabilitación s.odal que había insinuado escribiendo a su abuela Isabel: «El mun– do está perdido por el odio, así el mayor consuelo que podemos dar

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