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-44- Sor Beatriz con esa clarividencia de las cosas que la distinguía se daba perfecta cuenta que no era una simple empleada de hotel y que las personas a quienes servía no eran las personas anónimas que habitan por varios días una casa de huéspedes. Ella era religio– sa y como tal debía obrar siempre por móviles sobrenaturales, y con la máxima perfección. Además las personas a quienes servía eran vírgenes consagradas a Dios, santas por tanto y dignas de ser servi– das con la máxima delicadeza y solicitud. Después del refectorio se encargó nuestra hermana de la Sacris– tía, con el oficio de segunda sacristana. Desempeñó ambos cargos lo mejor que pudo, pero no hay duda que personalmente sentiría más atractivo por este segundo. La ponía más en contacto con el altar, que para ella era aproximarla más a su buen Jesús del sagrario. No perdonaba trabajo, porque las cosas de la Iglesia estuvieran curiosas y decentes; barría el coro, ayudaba a su compañera a pre– parar las flores para el altar, limpic!ba con escrupulosidad todos los utensilios de la misa, lavaba hasta dejarlas blanquísimas las vestidu– ras de los sacerdotes y estaba siempre pronta a secundar cualquier iniciativa que redundase en ornato de la casa de Dios. Obrando así nuestra hermana se proclamaba digna continuado– ra de la gloriosa orden franciscana fem~nina.que ha hecho siempre de sus conventos laboriosas colmenas donde se fabrican los más de– licados y preciosos trabajos para el servicio del altar. Después de éstas dos oficinas Sor Beatriz ocupó otras de más responsabilidad. Cuando salió del convento en Julio del treinta y seis era segunda tornera y secretaria de la M. Superiora. En todas. partes trabajó puesta la mirada en Dios e hizo de sus trabajos instrumentos preciosos de la propia santificación. Según testimonio de sus compañeras si hubiera sobrevivido a la revolución española hoy sería indiscutiblemente de las más aptas para regir los destinos de la comunidad.
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