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-34- siona la separación violenta y para siempre de lo que se ama entra- nablemente. . Fué en esta ocasión en que la proximidad de la separación defi– nitiva se prestaba para confidencias cuando Narcisa dijo a su padre: «que ella hacía mucho tiempo que había renunciado al mundo». Fra~ s~ clave para explicar la vi<fia de sus últimos años en el pueblo. En una joven que no fuera del temple de nuestra hermana tales frases podían muy bien interpretarse como obedeciendo a las circunstan– cias. En ella no. Y por eso era consecuente en sri obrar no preocu– pándose para nada, ni sintiendo interés por todo lo que significase o tuviera aspecto de pasatiempo y vanidad. A las seis de la tarde Narcisa y su padre hicieron sonar de nue– vo la campanilla del convento. Ahora acudió toda la comunidad al locutorio. Hablaron unos momentos con las monjas y poco después se abrió la puerta de la clausura. Narcisa se colgó por última vez del c.uello de su padre y le besó con extraordinaria efusión. Acto segui– do franqueó el dintel de la clausura y se unió a las que habían de ser sus compañeras por toda la vida. Era el 18 de junio de 1924. En aquellos momentos ocurrió un suceso que no debe pasar sin consignación. Ayuda muchísimo a esclarecer lo· que pasó por el alma de Narcisa en el lapso de tiempo que va desde que despidió a los del pueblo hasta el momento en que, dando un beso a su padre, rompe el último lazo visible que le une a la familia. Me dijeron 1c1s monjas que Narcisa había entrado en la clausura llorando. Estas lágrimas de nuestra hermana confirman lo que llevamos dicho. Su corazón, desde que dió el último adiós a la familia, fué almacenando en sus senos las hieles de la amargura, la pena honda de abandonar lo que más quería en el mundo. Otras jovencitas pa– gan tributo a esa tristeza deshaciéndose en llanto, ella con su carác– ter fuerte y voluntad vjgorosa supo conservarse tranquila externa– mente. Le ayudaba en este esfuerzo el hecho de conservarse al lado de su padre. Pero al desprenderse ahora de sus brazos y traspasar la clausura víó en toda su realidad dolorosa, el sacrificio inmenso que le costaba su entrega a Dios, la voluntad fué ya impotente para re– presar por más tiempo el torrente d.e su amargura y rompió a llorar. Cuantos experimentamos un poquito estas horas grises podemos comprender algo la magnitud de esta purificación dolorosa que Dios exigió a Narcísa para introducirla en el retiro de su santa casa.

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