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-33- En la estación de Santas Martas, ella y su padre subieron al tren. Nada del exterior atraía su atención, ni la trepidación impo– nente del tren que veía por primera vez, ni la sucesión de múHiples paisajes que desfilaban por su ventanilla, ni la abigarrada turba de viajeros que subían y bajaban en las diversas estaciones... ¡tenía tan– tas cosas importantes en que pensar! Sus ojos profundos, siempre tan serenos, reflejaban ahora visiblemente la tempestad de e;ncontra- dos afectós que agitaba su espíritu. · Eran las primeras horas de la tarde-17 de junio de 1924-, cuando la sirena del tren anunció la llegada a la capital de España, con su penetrante sonido. Poco después, perdidos entre la muche– dumbre de viajeros, bajaron del tren y se dirigieron al conventó de las Concepcionistas. En aquellos momentos la agitación y melancolía de Narcisa eran más perceptibles. Se acercaba el término de· su viaje, y por tan– to la hora de romper el único lazo que la unía a su familia: su padre. La imaginación pintaba con más viveza la separación forzosa. El corazón ponía en juego todas sus energías para resistir el golpe duro que se consumaría al traspasar el dintel de clausura. y latía con vio;. lencia. En el alma crecía el mar revuelto donde se agitaban afectos de alegría y profunda tristeza en tumultuoso desorden. La voz dulce de la tornera que saludó a nuestros viajeros con el clásico «Ave María Purísima» fué como un laxante para su alma agitada. En el locutorio, después de unos momentos de conversa~ión, se les dijo .que hasta muy entrada la tarde Narcisa no podía entrar en clausura y que podían.aprovechar aquellas horas para ver Madrid. Movido por el consejo de las monjitas su padre la invitó a dar una vuelta por la Ciudad para que conociera algo Madrid antes de entrar en el convento. Ella, con esa decisión que siempre la caracte– rizó, dijo a su padre «que no le importaba nada lo que había por la calle, que por nada del mundo salía de allí>. Y así lo hizo. Esta respuesta puede tener varias interpretaciones, pero la más . probable parece ser esta: Nuestra hermana prefería quedarse allí en primer lugar, por la razón que da a su padre. Pero yo creo que fom• .bíén influían las circunstancias, Le quedaban pocas horas para hap blar con él y qu~ría pasarlas en conversación íntima que aligerase un poco la pena de su corazón. Nunca se arrepintió del paso dado, ni le pesó, pero no pudo librarse de la tristeza y amargura que oca~ 5

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