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-26- No mentía. Por testimonio de su.s padres y amigas sabemos la vida que llevó en el pueblo en los últimos años. Pasaba casi íntegros los días de labor en el desempeño de sus obligaciones y empleaba los domingos en leer y .hacer las labores de casa. Las romerías, pa– seos y otros medios de diversión estaban proscritos de su vida. Nar– císa estaba en el mundo pero ya no era del mundo. Después de lo que llevamos dicho se impone una aclaración. Pudiera ocurrir que alguien ante esta manera de ser propia de Nar;. císa, piense que se trata de unq de esos tipos raros e insociables, una de esas muchachas de. psicologia enrevesada, hurañas, esquivas y que tienen fobia a todo contacto con los demás. Nada de es,o. Narctsa amaba la conversación y en ella derro– <:haba delicadeza, gracia y simpatía para hacer pasar buenos ratos. Los padres siempre la vieron con rostro alegre y sonriente y estando en familia muchas veces pasaban ratos deliciosos a cuenta de sus ingeniosas ocurrencias. Jesusa refiriéndose al mismo asunto dice: «El trato era siempre ameno. Nun~a estaba mohína, siempre estaba alegre y nunca se enfadaba por nada». Más adelante tendremos oca– sión de oír las mismas frases de lahios. de las tnonjítas de su con– vento. La verdadera explicación de este proceder un tanto extraño de Narcisa hay que buscarla en su alma profundament~ religiosa. Dios la reservaba para un destino sublime. Ser víctima cruenta por los pe– cados de los hombres. Sería una de tantas vidas angelicales destina– das para ser sacrificadas sobre la gran ara del suelo de España en satisfacción de tantos pecados, que ya entonces cometían los espa– ñoles. Y Dios teniendo en cuenta esta gran mi-,ión la dotó de cuali– dades religiosas extraordinarias, le dió .un ,alma profundamente reli– giosa que casi por instinto y sin grandes razonamientos e ideas altas sobre la piedad se vió arrastrada a entregarse toda a Dios. Es pues erróneo pensar que .no frecuentase las diversiones por irregularidades de carácter o por deficiencia de sentido social. Lo hacía sencillamente porque comprendió con una clarividencia supe– rior a sus pocos años que Dios la llamaba por otros caminos. Tal vez ella al obrar así no tenía una idea exacta y concreta de lo que Dios pensaba respecto a su vida. Pero su espíritu con esa inclina– ción fuerte hacia la piedad era un testimonio claro de que Dios la quería toda para sí.

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