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- 21.....:. Pero Nardsa no se hacía ilusiones. Sabía que a pesar de todas :'Sus previsiones podía darse el caso de un descuido. Era posible per– ,der en un momento la pattída, podía agostar ia hermosísima flor de la pureza con una brevísima mirada libre o ub mal pensamiento. Además con su habitual clarividencia comprendió que su vir– ginidad desde los doce o trece años en que la uiiía va poco a poco ·dejando de ser niña, y sú cuerpo y alma se transforman gradual-– ·mente ért los de tina joven, se vería más asediada. Los peligros del •exterior serian desde entonces más descaradós y los internos más intensos. Por eso désde esa fechá hasta los dieciséis en que ingresó en •el convento intensifica más su piedad, fuente de las verdaderas ener;.. ,gías espirituales. Suprime casi por completo la asistentia a las divei'siones propias de su edad y hace de su casa un convento en pequeño. Pasa íntegros los domingos, únicos días de diversión en los pueblos, haciendo las labores de casa, ocupada en lecturas espi... rituales y haciendo sus vísítas a la Iglesia. Así cultivó aquella jovencita la flor más bella del alma femeni– na. Por su amor renunció a toda legítima y honesta· diversión en una edad en que la sangre cosquíllea en las venas e impulsa con violencia al movimiento y al bullicio. Solamente con este dert·oche de energía y espíritu sacrificado puestos al servicio de la pureza pudo presentar a su divino esposo el día que fránqueó las puertas •del claustro un alma pura, tersa, inmaculada como había salido de las aguas bautismales. El cuarto honPaP padre y madrie Con el mismo cuidado y solicitud que la pureza, cultivó nues– tra hermana la obediencia. Una obediencia rendida~ amorosa e incondícíona1. A veces cuando oímos o leemos de un santo que fué ejemplar en la obediencia, no nos suele causar admiración. Y es que no re~ flexionamos lo suficiente. No nos damos cuenta que tales santos tenían nuestra misma naturaleza amiga de hacer siempre su propia voluhtad. Y que por tanto lo mismo que a nosotros no nos hace piz-

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