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-16- Aquella su voz... Cuando se habla con las personas del pueblo que conocieron a, nuestra hermana y se las pide los recuerdos que de ella conservan,.. todos invariablemetite dicen lo mismo: «Aquella su voz que lucía en los recitales y cánticos a la Virgen». Nunca tuve la suerte de presenciar uno de estos recitales pero ·conozco la manera de ser de Narcisa. Por eso me imagine que sería y así lo testifican cuantos lo· presen.ciaron un espectáculo de los más simpáticos. Aquella carn ovalada, mofletuda, de vivos y sanos colo– res acen.tuados por el rubor de la vergüenza, aquellos ojos negros e inteligentes elevados al cielo en una mírada infantil de arrobamiento,. aquella voz dulce, sonora, vibrante... el conjunto de todo esto unido a una delicada sensibilidad para dar su sentido propio a la frase, co– municaba a sus 1 recitales una vida y una gracia insuperables. Afortunadamente y gracias a la fefü memoria de Ascensión Diez, conocemos uno de los di~logos que recitó nuestra hermana de niña. La escena es fácil rehacerla. Cuatro niñas de pié ante la imagen de laVirgen del Rosario. En medio de la espectación de todos Nar– cisa rompe el silencio con su voz angelical y empieza: Madre del amor hermosa paloma de blancas alas que vas sembrando venturas por donde quiera que pasas, etc. Y sigue el diálogo donde en forma sencilla pero tierna y delica– da se inculca a las niñas junto con el amor a la Virgen, la emulación por imitarla en sus virtudes. Narcisa no solo recitaba poesías. Su fuerte eran los cánticos. Cantaba cuando hacía las labores de casa, cuando iba por agua a la fuente, cuidando las vacas en el campo. Y sobre todo Narcisa canta– ba en la Iglesia. Lo hacía maravillosamente. Así lo afirman cuantos la conocie– ron y oyeron. Y así lo afirma también Jesusa Ferreras compañera

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