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-11!- (ÍÓn íntima y familiar; Por un momento olvidaron la perspectiva in– tierta de su futura suerte. Se habló dé mucha.s cosas, sobre todo del deseo grande que todas sentían por volver al convento para ser cada día más santas. Habían visto muchás cosas nada agradables pero aleccionado– ras en los pocos meses que llevaban fuera. El mundo necesitaba mu-· thas almas santas, muchas oraciones, muchos sacrificios para apla– car a Dios y cristianizar a los hombres. Y ellas se creían las pri– meras obligadas a trabajar en este aspecto. Aquel día y en aquella ocasión fué la última vez que se reumo la Comunidad. Pocas horas más tarde la mayor parte de las religio– sas-nueve-serían villanamente detenidas como Jesús en el huerto• y al día siguiente sacrificadas en medio de un anonimato indesci– frable. Por este motivo la comida de la Comunidad el siete de noviem– bre de 1936 tan semejante, pot· su significación histórica y por el ambiente cálido de afecto en que transcurrió, a la última cena de Je– sús con su cólegio apostólico, quedará en los anales de la historia concepcionista como un hito glorioso e imborrable. Después de algunas horas en que continuaron el cambio de im– presiones, las religiosas visitantes decidier~m volverse a su~ casas,, . por deseo de las mismas prisioneras. Fué precisamente en esta memorable tarde, última de· su vida cuando Sor Beatriz pronunció las últimas palabras que conservamos salidas de sus labios.· Las religiosas-ya lo dijimos- cuando vieron que el término más probable de aquel encierro sería el martirio, se trazaron un ho– rario que prácticamente consistía en pasarse el día entero en oración mental, vocal y ,conversaciones piadosas; Por este motivo, aunque la presencia de sus hermanas producía en su espíritu una alegría honda y reanimadora, p9r que veían no las abandonaban ni en aquellos momentos difíciles, creían por otra parte faltar, prolongando tanto la conversadón. Nuestra hermana interpretando el sentir unánime :ae las prisio– neras dijo a 1as demás: « Ya tenemos ganas de que se ma1·chen ¡tene– mos tantas cosas que rezar!», Y envolvió sus palabras en la habitual sonrisa, delicada y comprensiva. Las religiosas visitantes respetaron aque11os deseos santos y s~

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