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-108- sucios y sin facilidad para repararlos. Ellas que siempre. fueron tan aseadas, tan limpias en todas sus cosas¡ caracen ahora hasta de los servicios higiénicos más indispensables. Y además pensar que proba– blemente tales sufrimientos eran el principio del fin trágico que les aguardaba... Sin embargo es necesario advertir que su estado espiritual no · era ni mucho menos el de mujeres cde,;esperadas. En estas ocasiones cuando los recursos humanos se age,tan y la vida solo ofrece .en perspectivaSufrímientos y amarguras, se prueban las almas, se po– nen al desnudo y cada cual aparece tal cual es. No es p.Jsible el disi– mulo en2estas coyunturas. Las religiosas encar.celadas en aquel piso de Francisco Silvela ....:..de tanta historia para el convento de las Concepcionistas-refleja– ban una paz y una resignación admirables, fruto de una inquebran– table conformidad en la voluntad de Dios. Sabían los muchos pecados que diariamente desdoraban la católica de España y ellas aceptan gustosas todo lo que Dios tenia a bien enviarlas como desagravio. No se olvide lo que dejamos dicho en otro lugar. Cuar1do días antes de salir definitivamente del convento el capellán les dijo 'si es~ taban dispuestas a dar la vida-en caso que Dios se lo exigiera– todas contestaron unánimes que «sí» con la gracia Dios. No ha– cían por tanto ahora más que ser consecuentes. No se opone, ni mucho menos, lo que acabamos. decir, a que fisiológicamente y en el aspecto nervioso estuvieran deshechas. La sensibilidad, de una manera especial en la mujer por más fi.. na y acentuada, tiene sus leyes, independientes muchas veces del es# píritu y de la voluntad. Sometida a fuertes y frecuentes. emociones, se revoluciona y provoca estados .de postración aunque el alma se con... serve vigorosa y con entera 'calma. No hay que admirarse por tanto si aquellas religiosas eran a ve– ces víctimas del decaimiento y aparecerían al exterior algo depri– midas. Pero pronto se recuperaban y adquirían, aun en el exterior, esa paz, privilegio exclusivo de las almas buenas unidas íntimamente a Dios y que confían absolutamente en la palabra de Jesús: «No temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma». Como si las mil privaciones que llevaba consigo el estar ence-
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