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'---99- ha visto en su realidad t.remenda la mal.dad de los hombres. Y por contraste comprende que su agradedmiento.. a Dios. no debe· tener límites. Por eso quiere volver al convento para ser mejor. Hay otra cosa que recuerda Sor M.ª del Sagrario y que a mi frar.camente me ha hecho pensar mucho. Dice esta religiosa que sorprendió muchas veces a nuestra her– mana sumida en profunda meditación en uh lugar apartado de la casa' Qué es lo que en estos ratos pensaba es cosa que con certe– za sólo ella y Dios lo saben. Pero teniendo en cuenta la com– pasión entraña.ble que sintió siempre hacia todas las personas en– gañadas por los reclamos del comunismo, podemos sospechar con muchas probabilidades de acierto, que en esa~ horas de oración in~ tensa pedía una y mil veces a Dios, disculpase, las atrocidades de los milicianos. Incapaz para dar en su corazón acogida al odio, sen– tía por sus perseguidores una pena infinita. Tal vez pudiera relacionarse estas meditaciones con· la siguiente anécdota: Un día comentaban con el cuñado de Sor M.ª del Sagrario Sr. Wenceslao, el asesinato de varios sacerdotes y nuestra hermana exclamó en un arranque de profunda pena «Pobrecitos si· se darán cuenta de lo que hacen». Francamente para .alm:1.s de la talla espiritual de Sor Beatriz, los acontecimientos españoles del 36, tenía que producirles un desequílí– brio y tensión ner.viosa horrendos. ¡Había en ellos ·tanta .ingratitud con Dios y era una conducta tan temeraria! Pero no obstante fa1 preocupación que le causaba la conducta lo– ca de los milicianos, nuestra hermana no perdía la serenidad envi– diable que dá el estar firmemente adherido a la Providencia Divina. Sufría mucho por tantos hermanos desgraciados que iban multi– plicando los pecados en su alma y en el suelo de España, 1.e preocu– paba la inseguridad de su vida, pero estos sufdmientos morales jamás alteraron la confianza en Dios. «Siempre se la veía trenquíla y hasta sonriente,-dice Sor María del. Sagrario-, al meno~ resignada «con la resignación de las almas grandes». «Mi falta de virtud hacía que por cualquier contratiempo me alte– rase y ella me sufría en silencio y soportaba todas las contrarieda– des con inalterable paciencia». «Cierto día que sufrí mucho re.mordimiento de hacerla sufrir la

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