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-98- sitaban! La Eucaristía, hubiera templado admirablemente su espíritu para las rudas luchas que le aguardaban. Los primeros días, I?ensaron que aquel estado de cosas duraría poco. Pero cuando vieron que se iba prolongando, después de· hacer sus prácticas de piedad, ayudaban a la hermana de Sor M.ª del Sa– grario en las labores de casa. Luego se retiraban a una habitación para evitar el asistir a las visitas. Y ¿cómo empleaban tantas horas que tenían qne pasarse medio escondidas? Oigamos a Sor M.ª de1 Sagrario: «Aquellos ratos eran para mí de cielo; me hablaba sólo de cosas espirituales, pero mi fatal memoria no ha conservado estos recuerdos. Solamente recuerdo que un día hablándome del don inaprecia– ble de la vocación religiosa lo hacía con tanto fervor, que al oír sus palabras comunicaba a mi espíritu sus mismos afectos y terminába– mos proponiendo corresponder al Señor con una vida más perfecta, ardiendo en deseos de volver al convento para poner nuevo esfuerzo en la vida espiritual. Estos ratos de conversación próducían en mí espíritu el mismo e_fecto que si estuviese en oración y no se apartaba de mi mente el pensí::lrniento de que siempre tendría el consuelo de haber vivido tan íntimamente unida a una santa». Es superfluo tod0 comentario a estas palabras, donde Sor Ma– ría del Sagrario, recoge con admiración de discípula y amiga entra– ñable la impresión de aquellos días pasados en envi::Hable intimidad afectos y aspiraciones con nuestra hermana. Por ellas vemos que la preocupación predominante de Sor Ma– ría Beatriz sigue siendo su vida espiritual. No es la monjita que ante lo pavoroso del momento se acoquina y se deshace en quejas y la– mentos mujeriles. Dotada de. un profundo sen Ud o sobrenatural de las cosas, ve to– dos los acontecimientos que se desatan en aquellos días sobre Espa– ña, a la luz invariable y serena de la voluntad de Dios. Aunque su cuerpo a veces se extremezca, su alma vive confiada. bajo la tutela de la Providencia. Qué lección para nosotros, tan íncÍinados a ver las cosas desde un plano demasiado humano y material. Aprendamos también de su generosidad con Dios. Es propio de los grandes santos no estar nunca satisfechos con sus esfuerzos en la vida espiritual. Sor Beatriz
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