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-8- reza «el eterno femenino> 1 el que Gertrude von Le Fort ha cantado en «La Mujer Eterna» ... El de la virgen. Una monjita que vivió y murió. Que supo por qué y para qué vivía. Por qué y para qué moría. Que hizo algo más que pasar por el mundo y se sintió responsable de un destino. Los que la mataron no sabían tanto. Quizás eran tan ingenu,)s que pensaron ser ellos los actores principales de aquella escena última-¿o fué la penúltima tan solo y la última es esta, la hora actual en que ruega por ellos?-, de aquel momento en que, a su entender, como unos semidioses disponían de la vida y de la muerte. Pero es que no sabían que la vida es entrega y es don, y que esta vez como otras muéhas una monjita podía decir como Jesús que su vida nadie se la quita sino que de su propia vo– luntad la ofrece al Padre. Otra vez..... vamos al paso. Necesitamos de estos abreva– deros del espíritu, de estos remansos de vidas humildes. H ar– tos de las primeras páginas de los periódkos, de las exagera– das propagandas políticas y de los primeros planos de pelícu– las, nos vendrá bien un recuerdo amistoso de aquellos que sin pertenecer al grupo de los «grandes»-precísamente por hacer– se pequeños-conquistaron el reino de los cielos. No busques el milagro aparatoso, la vía mística inaccesible... No sería quizás para tí: Pero busca la palpitación sencilla de una vida entre– gada totalmente a Dios. Que esto sí es para tí también. Y deja que te arrastre para seguir juntos el mismo camino. El pórtico se ha abierto... Ahora entra. Y haz como el ejem– plar que el P. Rainerío te mostrará. Madrid, 2 de mayo de 1956

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