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'.96 - miento y en la hora de la alegría íntima del naci– miento del hijo Juan. Es exagerar el pudor de María el querer verla ausente en momento tan gozoso y tan íntimo. María era una mujer y estaba también en trances de maternidad. No hemos de sacar las cosas de quicio y aunque el texto no diga terminantemente que María asistió al nacimiento del hijo de Isabel, .hemos de suponerlo por el objeto y fin de la visita y por el detalle de los tres meses que dice san Lucas como tiempo de la estancia de María en casa del an– •ciano Zacarías. Es fácil reconstruir los días pasados con Isabel. Sus conversaciones versaron sobre los acontecimientos que se avecinaban para el mundo y para ambas mujeres. Eran circunstancias imposibles de pasar sin comenta– rio. S9 trataron con intimidad y confianza, sincera– mente y sin aspavientos ni tonterías. Todo era natu– ralidad y cortesía. Sus corazones regustaron el mismo consuelo y sintieron la añoranza de los hijos en pers– pectiva tan cercana y con proyección tan sustancial para los destinos de la humanidad. Por otra parte, también es sencillo imaginarse y reconstruir la vida de ambas mujeres. Vida repartida entre las faenas de casa y los preparativos para el hijo que esperaban. Esto lo sabe de sobra una mujer que ha pasado por semejantes circunstancias. El nacimiento de Juan, el hijo de Isabel, fue un día de fiesta. El Evangelio nos habla de la imposición del nombre. Hubo sus discusiones. Por fin fue Zacarías quien haciendo traerse una tablilla escribió su ncm– bre: Juan, porque así lo dijo el ángel antes que fuera 'Concebido. Y su lengua que estaba muda comenzó a hablar y a cantar las alabanzas a Dios que había :visitado a su pueblo. Y se hablaba en todo el pueblo sobre el niño Juan

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