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to de ;amor. Se necesita humildad para recibirla. Igual que al necesitado le es menester tener humildad para recibir lo que implora consciente o inconscientemente. Y como siempre hay frutos malditos, igualmente· el corazón del hombre germina y florece muchas ve– ces en soberbia y egoísmo. Frutos malditos de la hu• manidad. Y precisamente en ese pensamiento absur-– do, soberbio, pensamieito de autosuficiencia y recha– zo es donde Dios despliega la maldición de su jus-– tida y desbarata las ilusiones y las soberbias. Quizá la hora presente dibuje con exactitud el canto de María. Dios desbarata los planes y los pen• samientos de tantos soberbios como dirigen el tingla– do del mundo de la política. Aun dentro de la misma economía quizá Dios confunda con la desorientación y el .. de$contento tanto pecado de soberbia, de orgu-– llo y de egoísmo. 'En medio de la exultación de su canto, María co– menta el amargor de la Redención frustrada en los: soberbios y vengada con el poder de Dios. Diríamos· que su canto se hace profético, apocalíptico, pues se· ve en perspectiva el despeñarse en la sima del or– gullo, fracaso rotundo e irreparable, a los que recha-– zaron el amor de un Dios Redentor. Derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes. Es el final de esta tragicomedia de la vida. Esto· lo sabemos de memoria. Estamos cansados de tanta estupidez. Me refiero a esta fatuidad y a este vacío• de muchas vidas. Al ridículo de tanta comedia. Tan– to personaje que se mueve en la vida representandO' lo que no es y sabiendo que está fingiendo de una: manera tan descarada que da asco. Es una paradoja..

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