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".:APITULO VI MAGNIFICAT ' ' ' , Somos de Dios. Arbol plantado por sus manos en un gesto de benevolencia y de cariño. Nacimos antes en su corazón como un sueño que pensó y que luego quiso. Nos trajo al mundo desde su vivero eterno. Nos plantó y nos cuidó con el mismo esmero y más que un jardinero su rosal exótico. Y Dios nos mira y nos remira, como a las niñas de sus ojos, podríamos decir con un tópico muy humano. Somos de Dios. Siguiendo el símil del árbol, so· mos suyos y le pertenecemos desde las raíces hasta la última hoja. A todo tiene derecho, pues todo es suyo. Por 1eso mismo resulta monstruoso ante el co– razón de Dios el pecado del hombre que desagradece el don recibido. O sencillamente lo olvida,. no lo agradece. Dios se contenta con la sonrisa de una :tlor brotada en nuestro espíritu agradecido. No pide mu– cho. El negárselo es horroroso. El primer paso en nuestro agradecimiento es re· conocer el don de Dios. Humildad de reconocimiento que termina en la acción de gracias exultante. María r,ecibe el don de Dios y no lo oculta, no lo

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