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- 81 za. Pero por ser algo inexigible no por eso deja de ser real y concreto. u Nos sucede l_o que al hierro echado en la hoguera. Estamos arrojados en la inmensidad fulgurante de Dios. No estamos aislados de El. Somos obras de sus manos y suspiros calientes de su corazón. Mientras estamos vi.viendo en ,esa Hoguera que es Dios nos sucede lo que al hierro en la fragua. Quedamos trans– formados en Dios como el hierro queda transformado en el fuego que lo abraza y _lo penetra. El hierro de sar algo frío, duro y negro se convier– te en brasa dúctil y roja. Se hace fuego. El. hombre echado •en Dios, abrazado y penetrado por Dios, se hace divino. Pero el hierro no deja de ser hierro aunque viva con la vida del fuego y el hombre no deja de ser hombre aunque viva con la vida· participada en Dios. Solamente cuando lo sacamos de la fragua, el hie– rro comienza a perder la vida de fuego y cae pronto en la dureza, frialdad y oscuridad propias de su :ma– teria. En el hombre sucede lo mismo. Solamente que la consecuencia es más inmediata. En el punto y mo– mento en que el hombre libremente se aparta de Dios, queda sumido en la frialdad y limitación de su solo ser de hombre, Esta es la realidad. . Y los ,efectos de la gracia son extraordinarios. Vi– vimos la misma vida de Dios, participada, no por naturaleza. Esta participación de la vida de Dios nos llace hijos suyos, aunque adoptivos. Y si somos hijos .también somos herederos..Herederos de sus riquezas y destinados a vivir en su mismo palacio, el cielo, Todo aquello que obramos en gracia de Dios es meritorio para la vida eterna. Es natural. Viviendo :con la vida de Dios merecemos delante de sus ojos. 6

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