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78 - Consecuencia, la alegría. A. los hombres nos inquieta demasiado la búsqueda de ia alegría. Tanto y más de lo que nos afana el pan nuestro. Y andamos inquietos. Inquiietud que en– gendra el desasosiego. Y e,l camino de la alegría está claro. No es algo imposible aunque nos toque vivir .en un valle de lágrimas y en tiempos de restricciones y dificultades. La alegría no es sonrisa imposible. Está cercana y al alcance de todos. Porque la verdadera alegría, la que nunca se empaña, la que dura siem– pre porque se incrusta en el alma más que con fuego, es la alegría de la santidad. Tan pronto como el Espíritu Santo entró en casa de Zacarías para inundar con su santidad las entra– ñas de Isabel y regenerar el alma del hijo Juan, hizo su entrada, como en un trono, la alegría perfecta. Y el niño, santificado, comenzó a dar saltos de con– tento en el seno de la madr,e. Con Dios la santidad y la alegría. Este es privi– legio grande y exclusivo de Dios: repartir al mundo la alegría. La alegría de los cielos limpios, claros, se– renos y estrellados. La alegría de un mundo en pri– mavera, de un mundo que rueda al roce de su voz. Y todo para un hombre al que puso el sello de su divinidad para que viviera con el privilegio de una sonrisa brotada al contacto de sus labios de Padre. ¡Oh, la sonrisa del hombre...! Dios es santidad y alegría. Alegría y santidad son correlativos, tanto que es imposible una sin otra. Es imposible un santo triste igual que no se comprende que un hombre, sumido en la tristeza, inconmovible en ella, que masque a diario y sin esperanza el pan de la amargura, llegue a la santidad. El santo, metido– en sus penas y amarguras tiene siempre la al~gría

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