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70- instrumento, pero no debieran contar al tiempo de seguir sus consejos orientadores hacia Dios. Esta es la crisis. Contabilizamos sus defectos, sus inexperiencias o al contrario sus virtudes, sus dotes y su práctica y seguimos sus consejos o los dejamos de seguir como si fueran los consejos de un buen o mal pedagogo, médico o abogado. Nada más. Y aquí es donde entra de lleno el grado de humil– dad que hace falta para acoger ,el consejo, la orien– tación y la advertencia del sacerdote, no tanto como hombre sino como escogido de Dios y amigo de Dios y de los hombres. Hoy se nos ha metido la soberbia en la vida como si fuera la cosa más natural. Y con tanto invento, tanta técnica y tanto confort se nos ha entrado una suficiencia tan grande que ya nos bastamos solos. Y porque estamos acariciando la soberbia y el or– gullo y estamos alimentando con más ,empeño el cri– terio propio que el de Cristo, la fe, se nos ha engor– dado tanto la autosuficiencia que hemos caído ,de lle– no ,en el lodazal de la impureza. ¿Falta de lógica? No. consecuencia inevitable. El soberbio cae en otro vicio más horroroso y que abochorna más, el de la impureza. Y pedí' a Dios que me diera... El soberbio nunca dobla sus rodillas. Lo tiene a menos. Su figura pudiera ser la del hombre maduro que anda por las calles fuerte y con soltura, levan– tando los ojos al cielo orgulloso de poder admirar y dominar el palacio de la vida. La postura del corajudo Pablo de Tarso era muy distinta. Doblaba sus rodillas para pedir al Señor que

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