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- 69 El sacerdote, como puente echado. e:n,tre Dios y los hombres, tiene la honda preocupación· ,de llevar a Dios todo lo que respire y tenga vida de hombre. Es– to tiene ·que ,estar bien sentado. Cuando el sacerdote da un consejo, advertencia, o nos impone un camino o 'proyecto que realizar, no busca, como muchas veces opinamos, nuestro incomodo o nuestro aburrimiienfo. Busca sencillamente el allanarnos el camino y echar un chorro de luz para andarlo con más soltura y me– nos dificultad. Esto es verdad, aun· cuando el consejo, la advertencia o la orientación tengan el signo nega– tivo de abstenerse, no ir, no hacer; etc. Hay que insistir con un matiz robusto y de alarma en la personalidad del sacerdote. Y esto porque en los tiempos que corremos se están infiltrando nocio– nes que descoyuntan absurdamente el significado y la misión del sacerdote. El sacerdote por debajo y por encima de su perso· nalidad humana, atildado, culto o no tan culto, cari– fiosd, afable, malhumorado, misántropo, etc., Heva la personalidad del único sacerdote que es Cristo. Esta personalidad es la que le reviste y constituyie en la sociedad. Lo demás es simple adorno. No dejando por eso de admitir y sostener abiertamente que el sacer– dote debe preocuparse de exteriorizar digna y lumi– nosamente el t,esoro que lleva dentro de su espíritu. La experiencia nos aclara la postura que están sosteniendo muchos que se dicen cristianos. Es la postura de la humanización del sacerdote. Se le juz– ga. y se le hace caso o no según el cúmulo de dotes naturales, experiencias y ciencia adquiridos y que constituyen el complejo y resultante de un hombre vestido de traje talar. Y no hay nada tan absurdo. Todas estas cosas cuentan al tiempo de valorar el

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