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- 67 La im:mild1;i<l 1 aboca a la pureza. La humildad de María arranca de la contempla– ción de la majestad de Dios y de su soberana omni– potencia. De esta contemplación al conocimiento de la esclavitud y nonada de la criatura no hay distan– cias. Es lo mismo. Y de esta humildad, ·esclavitud amo– rosa,. nace la entrega total y el despego de las cosas y de las criaturas que nos lleva a la pureza del co– razón. Pureza que significa tanto como libertad y al– tura y limpieza. Solamente cuando lleguemos a comprender, en la meditación, la altura de Dios y la bajeza y nonada de la criatura es cuando alcanzaremos la limpieza de alma y de cuerpo. Es el camino de los limpios de co– razón que antes han sido pequeños ,esclavos de amor. Si examinamos nuestra postura cuando hemos caído en la impureza descubriremos la verdad del adagio: Dios confunde a los soberbios. Solemos decir que nadie es buen juez en causa propia. Y esto que es verdad en negocios y causas materiales lo es más cuando se trata de asuntos refe– rentes a la vida espiritual. Y aquí entra de lleno la disciplina de la humildad. Disciplina que complicará nuestros criterios personales pero que engendrará una floración magnífica propicia para el fruto de la san– tidad. 81 tenemos apego a las cosas de este mundo y al gusto exquisito, a veces, IlO tanto, del cuerpo y del sentido, nuestro apego es mayor .cuando se trata de aquello que importa criterio personal, modo de ver y jµz;gar las c;:osas. Y aquí es donde entra de lleno la disciplina de fa humiÍdad. El someterse a criterios que. por no sé:r nuestros y nacer de quien bien nos quiere, son imprescinclibles para la propia santifi– cación y la pureza de nuestrt:alma.
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