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. ,~orrientemente distinguimos entre trabajos profe– sionales y trabajos de devoción, cuando lo justo es que t¿d~s nuestras ocupaciones no sean otra cosa que un culto a Dios. Podríamos afirmar que el trabajo de María fue un trabajo teológico, en cuanto consagrado a Dios y a Dios referido. Y aquí se encuentra la clave de un trabajo digno y regocijado. La solución está en la referencia a Dios de todo nuestro obrar. Referirlo en un ofrecimiento expiatorio. Esto lo primero por– que el fin primordial del trabajo, tal cual hoy lo te· nemas que sobrellevar, es expiación de un pecado. Expiación que obedece a sentencia de Dios sobre el pecado de Adán en el Paraíso. Y juntamente ofrecerlo como una medida de redención. Quizá no hayamos pensado nunca o pocas veces en esta mística del tra– bajo y por eso lo llevamos tan con asco y malhumor. OÍrecido y realizado de este modo, el trabajo re– cibe, dos salarios. Uno el que nos da el patrón de la fábríca, el jefe de la oficina o el propietario de la finca. Y otro el que nos da el Padre del cielo. Salario de expiación, de redención, mérito para la eternidad. Salario justo y superjusto. Salario de regalo porque vamos ganando el cielo, la gran herencia de Dios para los, hijos que trabajaron con la mirada puesta en El y la conciencia exacta del deber cumplido. Esto que parece imaginación es una mística sobe– rana del trabajo. Esto es entender la vida y manejarla, explotarla y vivirla. Maria se santificaba. Precisamente en esa umon de orac10n y trabajo, María iba realizando su santificación personal. La santidad personal es el sueño de Dios 'Sobre nuestra vida y es igualmente la meta de nuestra exis-
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