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excusa para eximirnos de la vida de sacramentos. «El templo de un hombre es la familia y el trabajo». Quizá no sea del todo absurda esa respuesta. Por· que también familia y fábrica, negocio y oficina pue• den ser templo de Dios. ¿Pueden serlo? No, tienen que serlo. Por eso Dios también te llama para que le sirvas y escuches ·su voz en toda la extensión, dura– ción y longitud de tu existencia: en tus ocupaciones, obligaciones y libertades. Lo triste es que también para negarle la entrega en estas ocasiones buscamos nuestros inconvenientes. «La casa es la casa y la fá· brica y la oficina o el negocio tienen su malicia, su tanto y su cuanto». «No vayamos a trastocar las co– sas». Y no nos damos cuenta que no es cuestión de trastocar sino cuestión de hacer las cosas bien y con amor. Hasta en las mismas diversiones te llama Dios. No precisamente para que vivas :metido en tu casa o haciendo la visita o el viacrucis en la iglesia, sino para que te diviertas sin ponerle una cara extraña y rara. Poniéndole la cara de un niño que está jugando a la vista del Padre. ¿También esto cuesta? No hay ninguna duda de que Dios, como un Padre que piensa en el hijo, te está llamando a lo largo y a lo ancho de tu vida para que te entregues a El en un gesto amoroso y decidido. Fidelidad. Lo que no cabe es la distinción entre él hoy y el mañana, cuando se trata del servicio y entrega a Dios; Para Dios, igual que lo debiera sJr para nosotros, nuestra vida es un hoy perenne. No tenemos por qué andar midiendo el tiempo cuando el tiempo no tiene más :medida que el cómputo humano de los días. Suele ser una norma de vida bastante frecuente

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