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y de los niños y tan cerca también del Dios Niño en el altar o en la imagen de casa o de 1a escuela. La verdad es que de niños no nos duelen las en– tregas ni nos asustan las voces de Dios. Ese Dios que nos llama como el Niño Jesús o el Jesucristo que .hace milagros. Por eso cuando a los siete años nos encontramos con que ,era la hora de acercarse a comulgar por pri– mera vez, se nos abrió el corazón como si fuera un arca de ensueños. Nos llamó Dios y tuvo sacrificios la entrega. Hubo que aprender •el catecismo y dejar de jugar unas horas porque eran horas de estudio. El hogar se convirtió en escuela y ,en templo y la madre en maestra y sacerdotisa. Tuvimos que rozar– nos un poco más con el cura y un poco menos con los niños, con el sol, los campos, los nidos de los ár– boles y la fruta de los huertos. Hubo que hacer sa– crificio. Pero era la ilusión de algo nuevo y la cercanía de un Dios que nos llamaba y a quien no teníamos in– conveniente en amar. Por eso fue fácil la entrega. La vocación. Y puede llegar un momento en que el sacrificio -sea doble. Un sacrificio no repartido sino multiplicado •en los corazones del niño y de los padres. Como se muitiplicó en María, Joaquín y Ana. Dios tiene .una llamada de predilección que por lo mismo que es extraordinaria en el cariño es extraor– dinaria ,en el dolor y en la exigencia. Dios quiere al niño para el altar, para el templo, para las almas. Y entonces llega el sacrificio de la salida de casa, del adiós. Hay que dejar el calor del hogar, los juegos y hasta los besos de la madre y las caricias del padre.

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