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270 - se quita al pobre que no tiene más que la escualidez de un rostro avejetado y los brazos mal alimentados y unos hijos que lloran. Hay injusticias. Porque se quita una hija por unos trapos o unas monedas o unos billetes sucios y mal– olientes. Yo qué sé cuántas cosas más. ¿No te da pe– na que tus hijas se prostituyan? El mundo está como anclado en la desesperanza. No nos €ntendemos. Reñimos, calumniamos, robamos y mentimos. Jugamos con lo más sagrado: la paz y la política. Y hasta con Dios. Hasta tenemos la desfachatez de retar a tu mismo Hijo Jesucristo. Y hemos dictado a los pueblos un credo ignominioso. Y ahora vamos lle– nando las calles y las tribunas de escándalos y de miserias. Los hombres han olvidado el camino del Amor y ahora van al encuentro de una mujer o de una bolsa de dinero. Y lo triste, Madre, es que se ríen. Se ríen a carc:ajadas. Hasta se han olvidado de pensar. No aciertan a convencerse de que la vida es seria, quizá más de 1o que imaginamos. Esto es muy triste, Madre. Y sin embargo sabe– mos que Dios nos ha creado para que hagamos el curso de esta vida con la alegría a flor de labios y el alma cuajada de dulzuras. Nos ha· creado para el amor, para el cariño. Nos ha dado de todo y a manos llenas. El quiere que lo repartamos en justicia y equidad. ¿Por qué, pues, el hombre está como anclado en la desesperanza? Los hombres te hemos dicho muchas cosas. Nin--

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