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ESPERANZA NUESTRA Los hombres te hemos dicho muchas cosas. Pero ninguna tan tierna y tan verdadera como cuando te dijimos Madre y Madre de misericordia. Los hombres estamos como anclados en la deses– peranza. El mundo se nos ha vuelto oscuro, como un callejón sin salida. Sufrimos y mascamos el pan de la amargura. Por eso volvemos a Ti nuestros ojos, como esclavos agotados o niños pequeños sin reme– dio atropellados por las ruedas del carro de la vida. El mundo padece de odios. Maldita enfermedad que corrompe el corazón y mustia los cuerpos. Peste que infecciona la tierra de Dios para convertirla en tierra de muerte y de pecado. El mundo y los hombres se encuentran sin cami– no. Pueblos que comienzan a andar y lo hacen a trompicones. Pueblos viejos que olvidaron la senda que conduce a Dios. Hombres que perdieron contac– to con la voz de Dios y andan errantes. En el mundo hay hambre y miseria. Muchos hijos sin pan, sin techo y sin abrigo. Se les caen los bra– zos pegados al cuerpo y están raquíticos y miserables. No hay derecho. Y en el mundo hay de sobra para todos. ¿No lo hizo Dios Padre? Hay mucha injusticia. De verdad, Madre, hay mu– cha injusticia. Se quita y se da. Pero es más lo que

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