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:266 - ,ojos más dulces, ni corazón más experto. Y, por ley de vida, somos los hijos quienes cerramos los ojos a las madres La que quiere y puede cerrar siempre los ojos de ·sus hijos es María. No hace falta más que querer. Ella estará junto a nuestro lecho de dolor esperando la hora o en la carretera o en el mar o en la trinchera. Porque María está aguardando nuestra hora ¿Y hay manos más blancas y más suaves? ¿Y pecho más ca– liente? Entonces nuestra muerte no es más que un re– costarnos en su regazo para dormirnos y despertar en •el. cielo. Como dicen los. versos: Siempre he soñado en la vida con tu abrazo :maternal y hoy en tus brazos dormido pienso en nunca despertar. ¿Cuándo lo entenderemos? María supone en la vi– da de la Iglesia lo que una madre supone en una fa– milia. Es hora de que la vivamos en nuestro corazón. Yo quisiera brotar en esas manos rosa de tu rosal cada mañana y morir asomado a la ventana de tus ojos de madre, tan humanos. Metido como estoy en estos vanos pensamientos, mordiendo con desgana el polvo del pecado y «la manzana», yo sueño con el cielo de tus manos. Es la madre y a la madre la quisiéramos ver co– ronada de rosas y paseada en carroza triunfal por el mundo. María es la madre de todos. Y si no podemos pasearla triunfalmente por las calles de este mundo, podemos pasearla por las grandes avenidas de nues– tro corazón y deshojando a su paso la rosa de nuestra vida.

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