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--- 265• Nos vamos de casa y dejamos a la madre llorando. Parece mentira que no nos duelan las lágrimas de la madre. O es de noche y, mientras la madre espera la vuelta del hijo o .de la hija que están en la calle o en el cine o Dios sabe dónde, está con una oración: en el alma y velando la vuelta del hijo o de la hija con la cena caliente y la cama mullida. ¡Oh el cora– zón de las :madres! Y María esperando la vuelta de los hijos que se marcharon pródigos de un amor o de un pecado. Esperando con el alma transida de pe– na. Y cuando el hijo o la hija no vuelven, cuando, ha pasado la noche y han pasado los días y hasta han pasados los años, María no se resigna a la pérdida de los hijos. María no aguarda. Parece que hasta! le quema el corazón la ausencia de los hijos. Y se hace peregrina y misionera. Y viene a Lourdes y a Fátima. Viene pidiendo la vuelta de los hijos pródigos, de los que se fueron porque olvidaron la luz de unos ojos de madre. Y cuando ni la preocupación de una Madre que viene en busca de los hijos perdidos, rom– pe la frialdad de unos hijos asustados, ciegos y en– durecidos, María llora. Llora en la imagen de Siracusa. ¿Poesía? ¿Imaginación? ¿Qué otra cosa ,son los sanm tuarios de María? ¿Qué ha buscado la Madre en to:la la historia de sus apariciones? Recordemos Lourdes, Fátima, Siracusa, etc. Recordemos sus advocaciones del Carmen, Milagrosa, Inmaculado Corazón, Divina Pas– tora, etc. Es la madre que nos requiere. Es la madre· que no puede vivir sin los hijos ausentes. Creo interpretar el corazón de las madres si afir– mo que ~u última ilusión sería cerrar los ojos de los· hijos, después de que hubieran vivido miles de años. Y también la ilusión de los hijos. Porque para la ho– ra de la muerte no hay manos más suaves, aunque estén llenas de callos, que las manos de la madre. Nf

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