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26'.2 - ((y levantando las manos, les dio su bendición; y en tanto que los bendecía, se apartó de ellos y fue elevándose al cielo». (Le. 24, 50-52). Humanamente fue un espectáculo grandioso. La emoción sobrecogió sus espíritus. Tuvo que dejarlos atónitos. Luego fue como un vacío. Jesús ya no estaba con ellos. Fue entonces cuando volvieron sus ojos a 1a Madre de Jesús que estaba con ellos para reci– birle~: con los brazos abiertos y el regazo caliente. Aún quedaba flotando en el espacio la bendición de Cristo. María la sentía como una caricia resba– lando en su corazón. Y sentía el mirar de sus ojos y hasta el perfume de su cuerpo y el dulce latido de su corazón. Había terminado la hora de Jesús. Comenzaba la hora de la Madre de Jesús. Ella era la madre, no sólo ele Juan, sino de la Iglesia que iba a comenzar. Por eso, «después de haber estado adorándolo, se vol– vieron a Jerusalén, poseídos de inmenso gozo; y esta– ban de continuo en el templo, cantando las alaban– zas de Dios». (Le. 52-53). Y M&ría estaba con ellos, nos dirá más tarde san Lucas en los Hechos. Jl\entsecostés, «Y al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. Y se produjo de súbito desde el cielo un estruendo como de 'viento que so– plaba vehemente y llenó toda la casa donde se ha– Jlaban sentados. Y vieron aparecer como lenguas de fuego que, repartiéndose, se posaban sobre cada uno de ellos. Y se llenaron todos del Espíritu Santo y co– menzaron a hablar en lenguas diferentes según que

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