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- 261 Fueron días de tránsito. Sabían que el Maestro tenía que ausentarse. Les había dicho muchas veces que convenía que El se fuera. ¿Podemos descifrar sus sentimientos? Los de María fueron insondables. Había acabado la carrera y misión de su Hijo en este mundo. Ahora era ella la que tenía que hacer el ca– mino que Dios le reservaba. Mientras tanto esperaban y confiaban. María también. La Ascensión de Jesús a los cielos. Y fue en el Monte del Olivar. San Lucas nos dice que fue cerca de Betania. Antes habían estado co– miendo juntos a la mesa. Salieron, pues, de camino llevando el alma llena de ilusiones y de esperanzas. Se avecinaba algo grande. Lo presentían. María esta– ba con ellos. Hicieron la subida al Mo: o.te con el es– píritu abierto al sol de la mañana y casi aturdido ante los ojos de Cristo Resucitado. Les habló del Espíritu Santo, bautismo con el que serían bautizados para llevar su nombre por todo el mundo y dar testimonio de su verdad hasta los últi– mos ,confines de la tierra. Ellos le preguntaron por su Reino. «Señor, ¿en esta sazón vas a restablecer el Reino de Israel?ll (Hechos. 1, 6). Aún estaban sus almas pendientes de un Mesías fantástico, terreno y sus espíritus necesitaban el bau– tismo del Espíritu Santo. No sabemos la reacción de María. Pero yo me ima-• gino la misma reacción que siente la madre ante la ingenuidad de sus pequeños. Resulta ridícula la con– cepción de la vida y del misterio de Cristo a esta altura. ¿Y para qué está la ternura de una madre y la espera paciente de su corazón? ¿No lo había dicho· ya Cristo, que entenderían todas estas cosas cuando viniera el Espíritu?
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