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- 25'f Cristo? ¿Cuándo vamos a convencernos y a dejarnos caer en sus manos? El nos dice: «Yo estaré con vos– otros hasta la consumación de los siglos». Todo es cues– tión de creerle y vivir sus promesas. Quizá de aquí nazca todo el _pesimismo, amargura y soledad que pa– dece el mundo y hasta los cristianos. Porque cuando se vive la fe no hay soledad que pueda enfriar los corazones desamparados. Eso es lo cierto. Podemos, pues, afirmar que María durante esos días de sole– dad, mejor de ausencia de su Hijo, esos días de des– amparo, en que estuvo Jesús en el sepulcro, soledad que compartieron Juan y las santas mujeres, estuvo confortada con la esperanza segura y firme de la Re– surrección de su Hijo Jesús. Pintarla angustiada, desasosegada, aburrida y mus– tía. sumida ,en el dolor, siempre lo he creído absurdo, exagerado y fuera de la realidad. Un pecado. Porque María creyó y jamás dudó de la mesianidad de Jesús. No se le imaginó siquiera el que pudieran fracasar sus promesas. María Dolorosa esperó confiada. Y por– que confió y esperó 'el día de la Resurrección, el Señor la llenó de sus consuelos. Tampoco nos dice nada el Evangelio, pero aquella mañana de gloria, aquel Domingo de Resurrección tuvo para María alegrías de cielo. ¿Dónde recibió la visita del Hijo? Porque no hay que poner en duda que Jesús visitó a María. El regalo que .hizo a Juan y a Pedro, la visita que hizo a María Magdalena y a las piadosas mujeres, no tienen explicación sin la anterior visita a su Madre. El •corazón no lo entiende de otro modo. Jesús y María se vieron y se regoci– jaron mutuamente. Si estuvieron unidos en el dolor, en la muerte, también tuvieron que estar juntos y compartir las alegrías y •el triunfo de la Resurrección. Si la. Redención es el triunfo y la victoria sobre el 17

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