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'256 -- Por eso esperaba la amanecida del día tercero. Mien– tras tanto regustaba las. horas de su soledad. No intentaré quebrar el sentimiento del pueblo cristiano acostumbrado a pensar la soledad de María como uno de los trances más dolorosos de su vida. Ciertamente sufrió y mucho. Pero creo excesivo esté mo"do de pensar y sentir del pueblo. Quizá demasiado humane. La soledad de María no es tan triste y do– lorosa como la hemos meditado en las tardes del Viernes Santo después de la procesión del santo En– tierro. María padeció la soledad, la ausencia del Hijo. en esas noches y en esos días del Viernes al Domingo -de Resurrección. Pero no fue una soledad desampa– rada, casi infinita. La soledad de María tuvo su alivio en el discípulo Juan. Pero sobre todo María tuvo sus momentos de reflexión sabrosa y fecunda. María creía, amaba y esperaba. Las tres virtudes teologales vivi– das a un mismo gol.pe . Y golpe de corazón. Le dolió la ausencia del Hijo. ¿No iba a dolerle? De otro modo no hubiera sido madre con un corazón normal. Además se vio abrumada por las miradas y chismes de todo un pueblo que la miraba como a la madre del ajusticiado. Roída por el comentario de todo un pueblo. Afligida por la desilusión de casi todos los discípulos, descarriados como ovejas sin pas– tor. Pero confortada con las palabras de su Hijo: «Destruíd este templo y yo lo reedificaré en tres días>~. «Así como Jonás estuvo tres días en el vientre de la ballena, así el Hijo del hombre... » Y esto bas– taba .para reconfortar y gozar su espíritu con lá es– peranza de su Hijo. ¿,Es qµe no sabe el cristiano de estos trances? ¿Qué es la vida? ¿Queremos mayor soledad? ¿Mayor des– .amparo? Es verdad. Pero ¿no bastan las palabras de
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