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- 253 ¡madre tiene un ,:hijo único. Un hijo que es todo su <>orazón. Lo tiene entre sus brazos y lo mima y lo qcaricia, En ese momento hay un criminal que se le ti:cerca. Brilla el puñal en el aire y luego cae sobre el ,pecho .del hijo y lo ,destroza. El hijo se muere, se va. Pero tiene unas palabras de despedida. Las despedi– .<las son solemnes, tiernas y desventuradas. Y dice el hijo:. «Madre,. me voy, me muero. Te vas a quedar sqJ~ .. Pe.ro mira, ese ,criminal, ese que tiene las ma– n.o¡; manchadas con mi sangre, aún caliente, ese va a ser tu hijo. Te lo recomiendo. Lo vas a sentar a mi mesa, en mi lugar preferido, lo vas a acostar en rrii mismo lecho; lo vas a besar como a mí me besabas y le vas a decir, con todo el corazón, hijo mío, como l.i' mí. Adiós, madre. Ya no estarás sola, te dejo a ese hombre que lleva en las manos la mancha de un p'ecado... Adiós». Esto' sucedió al pie de la cruz. Y María dijo: así !sea. y nos recibió por hijos en el día de nuestro mayor pecado. Y somos sus hijos de verdad y a costa de un gran sacrificio. ¡Cuánto costamos a la Madre! Este es el <;aso de María. Y este es nuestro caso. Je!iJÚ.s m.uell'e en fa crm. Después vino el desenlace. María lo estaba apu– r.ando. como se apura una copa amarga. Iban pasando las horas. El sol se oscureció. Temblaba la montaña. Era la hora exacta. Jesús, amarrado al palo, estaba desangrado. Aún tenía abiertos los ojos y latía el co– razón. ' Pero estaba desamparado. Desamparo amarguísi– mo. Dios estaba ausente. Y un grito potente taladró las tinieblas del · día oscurecido y el corazón de la Madre. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has aban– donado?».
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