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-- 251 ,divino. Sin embargo es así. María estaba al pie de la cruz redimiendo, con Cristo, a los hombres. Cristo estaba agonizando. Sufría enormemente. Desangrada, escarnecido, blasfemado, ridiculizado, ano– .nadado, gusano y no hombre, abandonado de Dios. Pero había llegado su hora, la que había soñado y la que había temido. La hora suya y la hora de Dios. Hora confundida con la hora del poder de las Tinie– blas. Hora de hondo misterio, hora sublime de reden– 'Ción. Al parecer sencilla para los hombres, pero de una inmensa responsabilidad. De incalculable amor <le Dios. De repercusiones trascendentales para la hu– manidad, de vértigo para el corazón, de temblor para 1a carne, de ternura infinita para el pecador. Hora ·de Dios y hora de los hombres. María sufría. Y ahora precisamente se cernía sobre el vacío hu– mano el gran interrogante. Enigma y misterio.· Era también la hora de María. Hora unida al vacío del corazón humano. Era la hora de la madre. «Viendo a su Madre y al discípulo predilecto junto a ella, dijo Jesús a su Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: he ahí a tu madre. Y desde entonces el discípulo la acogió en su casa. (Jn. 19, 26-27). Reflexionemos el momento. Se lo merece la hon– dura de esta hora maternal. Porque es en este ins– tante cuando culmina la maternidad de María. Cul– mina ·su mate_rnidad mesiánica y la de los hombres. Aquí hace la entrega al Padre de un Hijo crucificado para tomarnos a nosotros como hijos espirituales. Veamos el momento. Jesús va a morir, se está rr,uriendo. Es hora de despedida, de testamento. Jesús va a hablar palabras sagradas. Mejor que palabras sagradas va a decir palabras sacramentales. Van a .realizar lo que significan.
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