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- 245 María, en este momento, de este modo. Tras la Cena, hubiera o no hubiera despedida. de madre e hijo, María se retiró con sus compañeras, las mujeres del Evangelio, a la casa que les servía de hospedaje. Entre estas mujeres se encontraba la madre de los Zebedeo, según nos dice san Mateo. Cuando apresaron a Jesús en -el Huerto y huyeron los apóstoles, hemos de su– poner que, por lo menos los Zebedeo, fueron a casa de ias santas mujeres entre las que se encontraban su propia madre y María, la madre de Jesús. Así se habría enterado María de la tragedia ocurrida a su Hijo, tragedia que presentía, adivinaba o quizá su– piera por manifestación de su propio Hijo Jesús. Mientras llegaba la aurora, Juan estuvo indagando el resultado de los procesos de Jesús. El mismo lleva– ría las noticias adversas y el curso de los tribunales al conocimiento de María y las otras mujeres. Para cuando amaneció, María sabía, como otros muchos de Jerusalén, las grandes noticias respecto al Maestro de Nazaret. Con el sol amaneció la inquietud, el desaso– siego y el chismorreo de los vecinos de la ciudad. Esto es muy frecuente. Quizá lo hubiera visto pasar de casa de Pilatos a casa de Herodes. Pero si no lo vio, escuchó los gritos y el oleaje de risas, escarnios y chanzas que martiri– zaron su corazón de madre. ¿Estuvo presente al diálogo entre Pilatos y el pue– blo judío, arribado allí por sus pastores para gritar contra Jesús y condenarle? No lo sabemos. Pero pa– rece cierto que escuchara los aullidos y las amenazas. «Si lo sueltas no eres amigo de César». Sabida la sentencia de muerte oída a Pilatos o al discípulo Juan, María, se echó a la calle. Hizo lo que hubiera hecho toda madre. Pero lo hizo también por-

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