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- 229 Un hielo frío sobrecogió el espíritu de Cristo. Y también •el de María. Porque si algo duele y conmue– ve la ,entraña espiritual de un alma que cree, y María creía firmemente ,en la mesianidad de su Hijo, es la indiferencia aparente y la frialdad de un hombr.e an– te un programa de vida o muerte, de fracaso y ruina o resurgimiento y triunfo. Y de estos indif.erentes hubo muchos en el pue– blo judío. Almas frías, sin reacción ante la persona de Cristo y ante su doctrina. Y se justificaron como te– nían que justificarse: «No entendemos»... «Es un lo– co>,... «No decimos bien que tiene demonio»... ¿LLegaron estas expresiones a oídos de María? No resulta difícil el asegurarlo. Más bien pareoe lo nor– mal que un comentario tan difundido ,entre los ju– díos llegara a oídos de María. Además María vivió pendiente de su Hijo. La he– mos de ver conectada con el corazón de Jesús. Ella compartió sus sufrimientos y sus alegrías. Y Cristo tuvo con ella sus confidencias y sus intimidades. ¿En quién mejor que en la madre y una 11 madre tan digna y tan ligada a su destino y a su obra, tan sumada a sus coyunturas espirituales, tan incrustada en su plan mesiánico, iba a depositar su confianza? María vivió la tragedia del corazón de Jesús en esta 11eacción del pueblo judío. Pueblo cansado y agotado de tanto esperar en vano. Pueblo desenga– ñado quizá de tanta hipocresía y farsa de sus sacer– dot,es y letrados. Mañana te oiremos. «Es igual, otro día. No tengo ganas. Reacción de un mundo indiferente ante el espíritu de Cristo que exige la verdad. Ahora ,es tiempo de negocio o tifm-

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