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-- 225 estaba temiendo y casi esperando. No lo extrañaba auque no lo compr,endiera como ni nosotros lo enten– demos a tanta distancia. ¿Podemos imaginar la profundidad del dolor de María? Fue tragedia terrible. Riesgo continuado y nerviosismo permanente. Inc-ertidumbre de madre. Cristo sabía cuándo llegaría «su hora», pero María no lo sabía. Temía. Cristo había dicho que aún era de día, que podía caminar tranquilamente ,entre aquel laberinto de piedras, de maquinaciones y de trampas, pero que ,cuando llegase la noche, la hora de las ti– niebla~l, ca-ería libremente en sus manos. Pero María no sabía la hora, era incierta. Y esta inc-ertidumbre y esta seguridad de desenlace brutal, era terrible para su corazón de madre. Hay un detalle dolorosísimo para el corazón de madre de María en esta lucha abierta y en este abo– rrecimiento a Jesús por parte del pueblo judío. No hemos de olvidar al considerar los sentimientos de María su psicología maternal. Reflexionemos. Los hombres hemos dado en la torpeza de suponer la vita– lidad y la entraña de un pueblo en la aristocracia del dinero, del rango social, del gobierno y del pensa– miento. (Quizá fuera mejor juzgarlo por su arte, cos– tumbres, poesía, música y folklore. Pero no suele juz– garse así). Lo que cuenta a la hora de representar y juzgar a un pueblo •es su dinero, riqueza, su política y su fuerza brutal. Y esto va en lo subconsciente del mismo pueblo. Hemos de admitir que María vivió de este comp}ejo o por lo :menos lo divisó con perspica– cia maternal. Y María sufrió enormemente al ver que Jesús era rechazado por el pueblo judío al s•er recha– zado por su intelectualidad, su política e incluso por el sacerdocio. Y hay que apuntar algo más. En el pueblo judío el T•emplo y sus sacerdotes llenaban 15
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