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220 - Teme el fracaso del hijo. Teme la reacción de la pri– mera parroquia, del primer sermón, del primer en-– cuentro con el corazón humano, libre y caprichoso. Esto nüsmo tan natural al corazón de la madre, experimentó el corazón de María cuando vio salir· a su Hijo a proclamar su Reino y su Mesianidad. Y hay que recalcar que María amasaba esta reacción hu~ mana, reacción de inquietud, como la profecía de Si-– meón que le había anunciado el éxito y el fracaso de Jesús y su mismo corazón atravesado por una espada de dolor. María lo entendió y ahora esperaba el cumplimien-– to de la l(alabra de Dios. Comenzaba la hora perfecta de la vida de su Hijo. Comenzaba la salida al mundo, bandera viva que pasearía por los campos y ciudades. anunciando a los hombres el ideal del Reino de Dios. La novedad de Cristo. Hoy nos es algo conocido. Su programa, su doctri– na, casi lo hemos gastado a fuerza de repetirlo. Casi ha perdido su encanto y misterio. Por lo menos se· nos hace, de tan repetida, vieja, antigua, de veinte· siglos. Y la culpa no la tiene la doctrina, ni su mística que por ser eterna es siempre nueva, sino la rutina y costumbre que quita valor aún a la misma vida. Pero hemos de ponernos en el punto y en el momento• histórico en que Cristo sale de Nazaret con la prime-– ra palabra y el primer gesto de Dios Hombre. Su. voz era nueva, su postura desacostumbrada y su doc– trina de una grandeza y profundidad tan extraordi– narias que tuvo que desconcertar a los hombres y llamar su atención con fuerza y poder. Lo que hoy sabe de memoria un niño que ha apren– dido el catecismo, a quien han contado o leído el.
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