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corredentora. Quizá sea este el gran 'misterio. ¿Lo entendió María? Seguramente que no agotó su con– tenido, que no lo entendió del todo perfectamente, hasta la entraña y su última profundidad, pero vis– lumbró el gran acontecimiento y esperó con ansias «'ia hora de Jesús». Todo esto presupone que Jesús había hecho antes ref-erencias a «su hora», pues María calla y a con– tinuación obra consecuentemente. Sabe que su Hijo la ha escuchado. El milagro. «Dijo la madre a los sirvientes: Haced lo que El os diga. Había allí seis tinajas de piedra, que servían para -las purificaciones de los judíos, en cada una de las cuales cabían de ochenta a ciento veinte litros. Di– j-O Jesús a los sirvientes: Llenad de agua las tinajas. Cuando las llenaron hasta los bordes, añadió: Sacad ahora y servid al maestresala. Y así lo hicieron. Pero apenas hubo probado el maestresala el agua convertida en vino, como no sabía de dónde lo habían traído, aunque bien lo sabían los. sirvientes que habían saca– do el agua, llamó al novio y le dijo: Todos sirven al principio el vino mejor; y después que los convidados han bebido bien, entonces sirven el más flojo. Tú, ál contrario, has tenidÓ ··guardado hasta ahora el vino mejor. Así, en Caná de Galilea, comenzó Jesús a ha; cer sus milagros y a dar a conocer su poder divino. Con r:sto sus discípulos se entregaron plenamente a Eh-. (Jn. 2, 5-12). El Evangelio solamente nos de8cribe la reacción del maestresala. Pero hemos de suponer la honda satisfac– ció;·: de María. No su extrañeza, pues sabía el poder de J =;,ús. De otro modo no hubiera confiado a su Hijo

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