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212 - trañar que tengamos que humillar nuestro entendi– miento y someter nuestra crítica a lo que parece ab– surdo porque contradice a la experiencia de nuestros sentidos y a nuestra concepción humana y a veces materialista de las cosas y de los hombres. ,corazón y delicadeza de mujer. Prosigue el Evangelista san Juan: «Como no tuvie– sen ya vino porque se les había acabado el traído pa– ra la boda, se dirigió a Jesús su madre para decirle: No tienen vino.» (Jn. 2, 3). A cualquiera, en medio del ruido, del jaleo y risas de la fiesta, se le hubiera pasado por alto detalle tan importante en unas bodas, el vino. María -perspica– cia de mujer- se dio cuenta del contratiempo. Quizá porque ella misma estuviera sirviendo a la mesa o por estar preocupada en la organización del banque– te. El caso es que María se dio cuenta del compromiso en que iban a verse aquellos nuevos esposos. No te~ nían vino. Una fiesta sin vino, sobre todo en Palesti– na y en una boda, es un fracaso. María -delicadeza de mujer- siente como suyo el bochorno de los no– vios en día tan entrañable y señalado de su vida. Por eso, como si no dijera nada, sencillamente, casi a ocul– tas, dice a Jesús: «No tienen vino». Esto, que en boca de María parece un simple comentario, es una peti– ción. Quizá no pide solamente la solución del pro– blema de los novios sino la manifestación de su per– sonalidad mesiánica. Porque Jesús le contesta: «Mujer, le dijo Jesús, ¿qué tienes que meterte en mis cosas? Mi hora no ha llegado todavía». (Jn. 2, 4).

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