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- 203 :plo en los días de la fiesta de la Pascua. Hemos de suponer, pues, que hablaría con María de lo ridículo y triste que resulta una vida amanerada e hipócrita. Gran dolor fraguado durante años para llegar a vol– cán incontenible en el día de las diatribas y maldi– -ciones contra los hipócritas de Israel. ¡Cuánto había desr.endicfo y se había adulterado el espíritu religioso del pueblo de Dios y cuánto había aumentado la ma– licia de sus sacerdotes! No podían pasar sin lamen– tarse y comentar tanto ridículo e hipocresía. Pena amarga. Habrían comentado -¡oh los días de ham– :bre y escasez!- la Providencia de Dios. Quizá fue un. día que María estaba regando las flores de su ventana o estaban escuchando los cantos de los pá– jaros. Es igual, pero más de una vez comentaron la misericordia y la ternura_ de un Padre Dios que se ,cuida de los lirios y los pájaros. . Le habría hablado de la hermandad universal, tema tan favorito en las predicaciones de Jesús. Quizá tu– viera entonces •en sus manos un pan recién cocido o el· sarmiento seco de una parra. Pero hemos de su– poner que antes de pronunciar Jesús el sermón sobre la vid y los sarmientos lo había meditado antes en éI retiro de su casa o en las horas de oración en el monte. No es extraño que comentara con su madre e~tas ideas que sobrecogieron, casi con ritmo de ob– sesión, el espíritu de Cristo. Por lo menos yo lo encuentro muy posible y más que posible lógico, que Jesús hubiera compartido con su madre las grandes ideas que iba a lanzar al mun– do en una predicación revolucionaria. Con más o me– nos detalles, pero ciertamente creo poder afirmar que Jesús ,confió a su madre los secretos y los planes de ,su corazón.

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