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- 195 Respuesta de Jesús. «El les dio esta respuesta: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre? Pero ellos no comprendieron el alcance de sus palabras». (Le. 2, 49-50). Realmente resultan extrañas las palabras de Jesús a esta altura de su vida. No es extraño que afirme el Evangelista que no entendieron el alcance de sus palabras. Ahora mismo a nosotros nos resultan un misterio. Sin embargo parece qué sus palabras responden directamente a la pregunta de María. «¿Por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te bus 0 cábamos llenos de angustia». Y El: «No teníais por qué preocuparos; sabéis que yo soy de Dios y en las cosas de mi Padre es donde debo ocuparme. Esa es la mi– sión que he traído al mundo». No son, pues, una queja ni una evasiva a las tiernas palabras de la madré. Más bien se trasluce el misterio de una advertencia. Su venida al mundo es para dedicarse, contra todo signo de carne y sangre, a las cosas del Padre, a sus asuntos, a cumplir su voluntad santísima. Declaración maravillosa. Si á El no le atan ni ata– rán jamás los lazos de carne y sangre y familia. ni las preocupaciones de este mundo, ni las circunstan– cias terrenas, ni los negocios ni los respetos huma• nos, etc., al cristiano tampoco debe preocuparle otra cósa, directamente, sino hacer la voluntad del Padre celestial. ' Ruda ascética . para los hijos de este siglo, para ·1os hombres enfrascados en los negocios de esta vida y at~dos con los lazos de terrenal carne y sangre; Nuéstró destino en éste mundo no e~ otro 'que hácer l'a Volutitad 'de Dios; Según la expresión ·tradicíénal

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