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a fuerza de trabajo. María trabajó, pues el trabajo nunca ha faltado ni faltará en la casa del pobre. María trabajó en los menesteres de una casa po– bre: limpieza, comidas, remiendos, labores... todo aque– llo que tan elegante y artísticamente brota de las ma– nos de las amas de casa. Ni más ni menos que una mujer de nuestros días. Solamente que con más di– ficultades y esfuerzos por ser menos los adelantos y las comodidades que nos ha traído al hogar la técnica y la civilización. Pero con una gran ventaja sobre muchas mujeres de nuestros días. María trabajaba con un grande amor. Y cuando ,el amor es grande y se vive y se trabaja con ese amor, los quehaceres cuestan poco y los esfuerzos saben dulces, casi ape– titosos. Para que la vida sea fácil y se convierta en una sonrisa perenne sólo basta un grande a:mor. Díganlo las madres que sufren regocijadas en los dolores de la maternidad. Si esos dolores se prolongaran con idéntico amor y semejante ilusión serían igualmen° ·te sabrosos, por lo menos resignados. Y eso es lo que nos falta en la vida de trabajo, el amor. Amor al techo, al hogar. Amor al hijo, al esposo o a la es– -posa. Pero María acrecentaba ese amor cuando ponía sus ojos en el Hijo de Dios. Es decir cuando ofrecía su trabajo y sus incomodidades al servicio de Dios. Y esto es lo que debemos inculcar en nuestro tra– bajo diario. Uha referencia amorosa y entrañable a Tiios que nos ama. Entonces el trabajo, por duro y ·pesado que sea se torna alegre y provechoso. Ya lo dijimos antes. Dios lo bendice y lo hace meritorio. Y ,siempre renta para la vida eterna.

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