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-183 pan espiritual para todo judío y también para la fa. milia de Nazaret. De labios de María aprendió a re– citar aquellos salmos que sintetizan los más puros sentimientos que un hombre puede sostener con Dios. Extrañas paradojas. Una mujer, aunque sea María, enseñando a rezar a un Hijo de Dios. Pero lo hemos de ver así, sencillamente, porque Dios quiso hacer– se como uno de nosotros y aprender de una madre el modo y postura para acercarse a su Padre Dios. Podemos verla entrar en la sinagoga judía de Na– zaret, llevando de la mano a su Hijo, acompañada de José. Allí, solemnemente, como el pueblo fiel, ala– barían y cantarían al Dios de Israel. Y en la familia, al caer de la tarde, cuando se ave– cina la noche, después del trabajo de todos los días, se reunirían en familia para agradecer a Dios, en su plegaria, el regalo de un día ya vivido y dejarse caer en sus manos para el día que .amanecería después. Agradecerle el pan comido, las penas sostenidas y las fuerzas que les dio para sostener el peso de la vida V el camino recorrido hacia su corazón. Así debiera conducirse toda familia cristiana. En– señar a rezar a sus hijos. No basta la solicitud de la monHta del colegio o la :maestra de la escuela. El hijo necesita la voz caliente de la madre y la voz austera y recia del padre para que le entre en el alma, sua– vemente y reciamente, la salmodia de la oración. Es– ta no se olvida. Enseñarle a rezar, pero sin pampli– nas ni carnntoñas. No tomarlo a diversión. I-:To ha– cer de la plegaria del niño que balbucea un alarde de ·gracia o de inteligencia del niño. Da pena ver en algunas familias la jactancia de la madre y la sonrisa del padre porque el niño, ante los parientes o el sacerdote del barrio o el amigo, reza ingenua·

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