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~2- za y más que la fuerza la paz y la felicidad. Sola– mente así es posible que florezca el amor y con él la alegría. Quizá arranque aquí la desunión de muchas fami– lias. No hay verdadero amor, verdadero cariño. Y no hay verdadero amor porque falta el sacrificio. Fal– ta la comunión de criterios. Se piensa de distinta ma– nera y estilo. Se juzga y proyecta bajo convenien– cias personales, típicamente egoístas. No hay com– prensión para discernir las distintas educaciones, eda– des, puestos, dignidades, categorías, etc., y viene la desunión. No florece el amor. Y lo más triste es que muchas veces se mustia y se seca hasta el mismo ger– men del amor. Falta el sacrificio y nace vigoroso el egoísmo. Viene la ruptura de todo lo más sagrado y apesta en la familia el hedor del individualismo, la guerra, la desunión y el partidismo. Falta el amor y falta la paz. Triste término de una jornada que co– menzó en el altar entre músicas y rosas y entre pa– labras de eternidad y protestas de eterno cariño. Vida de oración. · Y como si fuera el pan de cada día, como base y fundamento del amor y la unión de vida y corazones, la vida de oración. María oraba. La familia de Naza– ret oraba en común. Se ha hecho un slogan radiofó– nico y es exacto y verdadero, la frase: familia que reza, familia unida. Y si en algo hemos de fijarnos al tratar de la vida oculta de María en Nazaret, ha de ser er¡, la vida de oración familiar. No quiero abusar de imaginación. Pero quiero in– sinuar la escena muchas veces repetida, sin duda, en fa intimidad de la casa de Nazaret. María habría en– señado a Jesús los versos de los salmos de David,

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