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Señor se aparec10 en sueños a José en Egipto, y le dijo: Levántate, toma al Niño y a su madre, y vete a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra su vida. José se levantó, tomó al Niño y a su :madre, y entró en la tierra de Israel». (Mt. 2, 19-22). Porque todo pasa en la vida. Hasta los Imptl'ios. Hasta la locura, la necedad, la impiedad, la hipocre-– sía, la diplomacia y la política. Como en las tormen– tas pasan las nubes. Por fin el que vence siempre es Dios. «José se levantó, tomó al Niño y a su madre y entró ,en tíerra de Israel». No cabe más sencillez. Recibida la orden, la acepta y la cumple. Ni piensa ni mide -dificultades. Es Dios quien :manda y esto solamente basta. Ahora no corría prisa. Es de suponer que habrían aguardado a que amaneciera para ponerse en viaje. Hicieron sus preparativos y con el sol dándoles en la foente emprendieron el camino de regreso. Cruzar el desierto, pero ahora con el alma en sosiego. Tran· quilos y contentos. Rebosaban alegría y sentían la nostalgia de la tierra patria. Ahora todo era normal y agradable. Y prosigue el Evangelista: «Pero habiendo oído que en Judea reinaba Arquelao como sucesor, de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá; y advertido en sue– ños por Dios, se retiró a la región de Galilea, vinien– do a establecerse en la ciudad llamada Nazaret; así se cumplió lo que habían anunciado los profetas, que sería Nazareno». (Mt. 2, 22-23). No sabemos la impresión de sus conciudadanos cuando los vieron venir subiendo la cuesta del pue– blo con la naturalidad y la sencillez más corrientes en ellos y abrir la casa cerrada. No sabemos el gesto

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