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166 - las intenciones que abrigaba el rey Herodes. Quizá no, pero presentía algo adverso para el Niño. Anuncio del ángel. Y fue de noche. Hora de recogimiento y descanso. Cuando se vive envuelto en los sueños y se hace todo misterio y encanto. Fuera de la realidad y palpando, como en ensayo, la dulzura del ensueño y lo fantás– tico. Cuando se vive igual que los niños. Adentrados en la penumbra de su cuarto, ya en cama, José re. posa. El Niño duerme. María podría estar velando o soñando. Durmiendo. Pero Dios vela ,el sueño de los suyos. Mientras Herodes maquina, hay un ángel que rompe las som– bras y el sueño de la noche. ((Levántate, toma al Niño y a su madre; y huye a Egipto y_ quédate allí hasta que yo te avise... » (Mt. 2·13). Se lo estaba imaginando. Quizá fuera el úl– timo comentario del día. Lo suponemos, por lo menos, comentado por los Magos. Era voluntad de Dios que vivieran los caminos. Primero de Nazaret a Belén por el capricho de un César. Hoy de Belén a Egipto por la locura de un ambicioso. Pero al fin midiendo los caminos y ahora con sobresalto. José se acercó a María. Vamos, le dijo. Y deprisa, porque la había, tomaron sus provisiones, arroparon al Niño y se echaron a andar en el duelo de la dulce noche. No intentemos adentrarnos en los misterios divi– nos. Como José. Ni preguntar el modo ni el tiempo. Aceptar el misterio y el sacrificio. Aceptar la vida. ¿No es la vida un misterio? ¿Y un sacrificio? Mis-

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